¿Reflejo o hábito?¿Es posible dejar de tocarse la cara?

Es una de las principales recomendaciones para frenar el virus, y la que más cuesta poner en práctica. Nuestro experto en neuroplasticidad explica las razones.

¿Por qué nos tocamos la cara? ¿Por qué nos resulta imposible no hacerlo? ¿Podemos dejar de hacerlo? Nunca nos hubiésemos preguntado esto antes de la pandemia global que ya marcó 34 casos confirmados en Argentina. La ciencia sí lo hizo y aún no tiene la respuesta definitiva. Eso sí, contra el imaginario colectivo -ese que grita «¡Es imposible no tocarse la cara!»-, está demostrado que se puede.

Tocarse la cara no es un reflejo. Es una conducta cultural y repetitiva a nivel neurológico. Así que a partir de un cambio de hábito –que puede ser especialmente problemático durante el brote de una enfermedad– podemos modificar nuestro cerebro. 

«No tocarse la cara de la manera que lo venimos haciendo ahora requiere de una reorganización cerebral. No está medido, implica años. Pero si de manera racional, a conciencia, hoy dejamos de hacerlo, nuestro cerebro, que aprende constantemente, de manera evolutiva hará que, por ejemplo, para una próxima pandemia no sea necesario explicarle al mundo que no se toque la cara. El mundo ya no se estará tocando la cara», explica a Clarín Máximo Zimerman, director médico de Cites-INECO, Instituto de Neurología Cognitiva.

 

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